Si el lector va por las obras de las ciudades, observará cómo alrededor de ellas siempre hay un grupo de jubilados que miran todas las tareas de los obreros. De éstos, hay quien llama, no sin cierta sorna, a este grupo de jubilados "los ingenieros de la obra", pues no dudan en decir que si tal muro no aguantará, o si deberían echar más cemento o arena a esa mezcla y, no contentos con comentarlo entre ellos, son capaces de decírselo al capataz.
Quizás Ban Ki-Moon, Secretario General de la ONU, debió asesorarse de este grupo de jubilados antes de iniciar y durante las obras de la cúpula de Barceló, la de la "Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones", porque siempre es sospechoso que España haga una donación que cuesta al contribuyente 20 millones de euros para alargar el nombre dicha sala. Así, podrían haberle dicho como que más valdría cubrir el techo con placas de escayola o de pladur, que saldría más barato y, así, el resto del dinero podría ir a los niños necesitados del África.
Porque ahora resulta que, según varias informaciones, la cúpula se cae a trozos porque no soporta el calor de la calefacción. 20 millones por los suelos. Y Ban Ki-Moon debe estar temeroso de que, en un discurso, se caiga una estalactita diracta a la cabeza.
Ahora, este grupo de jubilados le diría a Miquel Barceló: "mira que te lo estaba diciendo..."
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