"¡Viva la República, muera el Borbón!", gritó el diputado de ERC Joan Tardá en un mitin donde se quemó un gran ataúd con la palabra Constitución.
José Bono intenta disculparlo tachándolo de primario y el propio Tardá alega que se refería a la institución monárquica y no a una persona física, y que era un grito que conmemora la Guerra de Sucesión y los hechos de 1714.
Uno puede estar de acuerdo o no con todo el cuerpo constitucional, recordemos las palabras de Alfonso Guerra, por ejemplo, pero a ninguno de ellos se le ocurre quemar la Constitución que le permite lanzar vivas a la república, pedir la independencia, e incluso manifestar que lamenta "profundamente que determinados medios de comunicación vuelvan a aprovechar la ocasión para sesgar y descontextualizar unas palabras con el único objetivo de criminalizar determinadas opciones políticas".
El juego del nacionalismo catalán, como hemos podido ver por las declaraciones de Mas, Montilla y de Tardá es muy simple: ejercer el derecho constitucional de libre expresión, hacer leyes anticonstitucionales como el estatut y, al menor atisbo de crítica (amparada igualmente en la libre expresión), agarrarse a ese pilar básico de todo nacionalismo excluyente que es el victimismo. Y si es contra la Cope pues mejor que mejor.
Lo peor de todo, no obstante, es que Tardá no sería feliz si nadie hubiera hecho caso de sus encendidas palabras y de su incendiario mitin. Él, como todos los nacionalistas, es feliz cuando es criticado, sale en el telediario y puede arroparse en el abrigo del victimismo.
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