Ahora que parece que el caso Camps ya no ocupa las páginas de la crónica (amarilla) política, resulta que no vamos a poder descansar en este agosto del podrido espectáculo al que ya nos tienen acostumbrados los miembros de la clase peor valorada en este país. Pero lo peor no es el espectáculo en sí, es que si lo que Maria Dolores de Cospedal dice es verdad, entonces estaremos asistiendo, en realidad, al final mismo del constitucionalismo español. Así de simple.
Ya hemos visto que lo que debería ser un poder independiente, el Judicial, está dividido, no en lo que unos llaman sectores conservador y progresista, sino en los que están al servicio de una u otra facción política. Porque lo que sucede en el Tribunal Constitucional o en el CGPJ convierte el escándalo en que ha convertido Enric Sopena la amistad de un juez del T.S.J. de Valencia con Camps en un vodevil de un mal teatrillo. (Y no voy a hablar de Garzón...) Un pilar tan básico como es la independencia judicial cojea llamativamente y, lo que es peor, sin ruborizarse.
Pero lo de loz teléfonos pinchados a miembros de la oposición (sin autorización judicial, ha de entenderse), de ser cierto, sobrepasaría la línea que marcó el GAL en la historia de la democracia española. Porque ya no se trata de hacer auténticas chapuzas para actuar contra una banda terrorista, es que se trata de espiar a un partido político de la oposición con quién sabe qué fines. ¿Podría establecerse una semejanza Nixon-Zapatero? ¿Del Watergate pasaríamos al Cospedalgate?
González Pons, según crónica de Libertad Digital, plantea llevar el tema de los teléfonos pinchados a la Cámara Europea, que debe ser una institución cuyos eurodiputados deben tener un poco más de noción de lo que es una democracia (en vez de esta cada vez más apestosa partitocracia). Yo le recomendaría, ya que hay alguien dispuesto a eso, que lleve también el tema de las filtraciones de los sumarios secretos, de declaraciones, de conversaciones pinchadas (legalmente) pero que no dejan de ser privadas, y de que haya políticos que realicen esas conversaciones y de que sean protagonistas de esos actos que se investigan.
Signos todos inequívocos de que nuestra democracia se encuentra, realmente, pinchada.
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