La reforma de la Constitución ha pasado un trámite más y ahora se someterá al dictamen del Senado. A pesar de la mayoría aplastante de los diputados del Partido Popular y del PSOE, lo que implica un consenso más que suficiente para levar adelante una reforma constitucional, la imagen dada por el Congreso y por los políticos de los partidos mayoritarios me ha parecido más que bochornosa. No sin razón (y valga la cacofonía) La Razón titula: "El camarote de los hermanos Marx".
No es de recibo que en el Congreso sucediese lo que ha venido sucediendo en los momentos claves del zapaterismo que nos han llevado a la ruina y, por tanto, a reformar nuestra Carta Magna: aquellos en que unos y otros corrían por los pasillos con manojos de papeles: los certificados de venta del país y las vergonzosas contrapartidas del país a los nacionalistas; esas que, de todos modos, no saciaban la codicia de los independentistas pero que permitían aprobar unos presupuestos generales totalmente irreales como ilusorios, a la par que catastróficos.
Si bien apoyo la reforma de la Constitución, aunque quizás sólo sea una reforma de cara al escaparate, como ya dije anteriormente, las cosas se deberían haber hecho de otro modo y no de la noche a la mañana. No creo que los padres de la Constitución, cuando diseñaron unos mecanismos tan restrictivos para su reforma, pensasen en lo que ha sucedido estos días. Pero ni cabría en su imaginación que los dos partidos mayoritarios, a los que se le supone (o debería suponer) un mínimo sentido del Estado (aunque eso acabó con Zapatero) diesen el espectáculo de hoy: corrillos para venderse y plegarse de nuevo a los intereses de los nacionalistas catalanes en vez de los intereses nacionales, y todo por una abstención.
¿Se merecía este mercadeo nuestra Constitución? Creo que no. Por una vez aplaudo el gesto del 'cuerpo' de Gaspar Llamazares ("Me he ido en espíritu con mis compañeros, y he dejado mi cuerpo para vetar las transacciones"), impidiendo que hasta en esto los dos grandes se plegasen a los intereses que, unidos a la irresponsabilidad del gobierno, tanto daño han hecho a nuestro país; todo ello en una imagen, a mi parecer, bochornosa de mercadeo en el último minuto. Una reforma de nuestra Constitución no se hace así, si no por sentido de Estado, sí por sentido de la estética.
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