Una enfermera alimenta a un bebé por la vía intravenosa en vez de la vía nasogástrica, y por este error (fatal) el bebé muere. Todo profesional puede cometer errores: los jueces y fiscales cometen errores y meten inocentes en la cárcel o dejan escapar a peligrosos narcotraficantes; los médicos y enfermeros también cometen errores, amputan la pierna sana o, simplemente, muere el paciente. Es lo que tiene elegir una profesión donde un error puede tener graves consecuencias en los demás.
Lo curioso de este caso es que la muerte de este bebé, que de haber sido otro bebé no sé si hubiera tenido tanta trascendencia, no fue causada por el error de la enfermera. O quizás sí, si esta enfermera se llamara Esperanza Aguirre. No quisiera estar ahora mismo en la piel de la enfermera que cometió ese error que tanto ha trascendido y que, posiblemente, acabe con su carrera profesional para siempre. Pero tampoco en la piel de Esperanza Aguirre, a quien el sindicato CC.OO. pretende salpicar la muerte por su política sanitaria, quizás condicionada (y CC.OO. o no lo sabe o lo calla) por la cicatería presupuestaria del gobierno central socialista con el autonómico madrileño popular.
Hay muchas veces en que perdemos la oportunidad de estar callados, y los sindicatos han perdido, en esta ocasión, esa oportunidad. No pueden acusar a Esperanza Aguirre y su modo de gobernar de la muerte de un bebé, como tampoco pueden acusar (y he ahí el silencio clamoroso del doble rasero de CC.OO.) a Esperanza Aguirre de la mala praxis del anestesista Montes, por decir algo.
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